El señor de Cheshire (2006)

Premio de Novela Ciudad Ducal de Loeches, 2006.
Ediciones Irreverentes. Madrid, 2006.
140 págs.

 

 

Sinopsis
El señor de Cheshire, sobrino de Lewis Carroll, pasa sus días en prisión, abatido. Para aliviar su soledad, solicita a un amigo que le haga construir una muñeca a tamaño natural y se la envíe a prisión. Desde ese momento, se iniciarán una serie de acontecimientos eróticos que envolverán la peripecia en una serie de situaciones disparatadas con un final imprevisible. Sobre todo para la muñeca…

 

 

Algunas Críticas

El señor de Cheshire. “Lo he dicho más de una vez, incluso en esta página. Y como las verdades no se oxidan ni se erosionan por repetirlas lo diré de nuevo: Antonio Gómez Rufo es uno de los escritores más notables de España. Cada libro suyo es una brisa de calidad que orea y llena de júbilo el ánimo de los lectores. Es un autor que ha abordado temas diversos, siempre con sensibilidad exquisita: véase su revisión de personajes históricos como Marco Junio Bruto (La leyenda del falso traidor, 1994),  su reflexión sobre el amor entre mujeres (Si tú supieras, 1997), su enérgica mirada a la postguerra civil española (El desfile de la Victoria, 1999) o ese fausto monumento narrativo que es Adiós a los hombres (2004).
Hoy deseo hablar de otra novela del autor madrileño. Su título es El señor de Cheshire, obtuvo el premio Ciudad Ducal de Loeches en 2005 y fue publicada poco después por Ediciones Irreverentes. Nada ofensivo asevero sobre la novela al decir que es ligera e irónica. El propio Gómez Rufo tiene la zumba de subtitularla «Un divertimento literario»; y atina plenamente. En ella, el desocupado sir William James Harrod se entretiene en encargar la fabricación de una muñeca para que el señor de Cheshire, sobrino de Lewis Carroll, distraiga sus horas en prisión con un alivio sexual adecuado a sus gustos. Pero la modelo que utiliza Mr. Whiteman para construir esa ingeniosa muñeca es tan seductora que el propio sir William acaba sucumbiendo a sus encantos. La infidelidad conyugal que el noble perpetra es tan ostensible como adecuadamente correspondida: su esposa, lady Harrod, se deja auscultar todos los pliegues de su organismo, con sonoro beneplácito, por el doctor Linz, un fogoso galeno al que acaba introduciendo en su casa.
Quien desee descubrir la elegancia expresiva de Antonio Gómez Rufo sólo tiene que acudir, por ejemplo, a la página 44, y leer con una sonrisa que el doctor Linz y lady Harrod, «en un delirio de procacidad, se llegaron a rozar las manos al pasarse el azucarero»; quien anhele encontrar perlas de humor, sírvase leer esta maravillosa descripción de un gatillazo («Lo que podía haber sido dureza de pedernal sajón se ha convertido en endeblez de salchicha germana», página 96) o la afortunada ironía que reserva para hablar de «los restos de afecto que suelen sobrevivir en parientes de primer y segundo grado en las familias británicas», página 119); y quien tenga curiosidad por leer la excitante secuencia en la que el doctor Linz ata a la cama a lady Harrod, la embadurna libidinosamente con aceite con lentitud sabia, le deja caer gotas de cera y consigue volverla loca de placer con varios orgasmos consecutivos, también podrá hacerlo. (Aquí no indico la página, para no fomentar lecturas parciales del volumen).
Prepárense a disfrutar (literariamente) todos los que abran las hojas de esta novela, donde el humor, la buena prosa, la sensualidad y un certero análisis del espíritu humano se alían bajo el nombre egregio de Antonio Gómez Rufo”. Rubén Castillo Gallego. El Noroeste (Murcia). Suplemento Cultural Deitania (7 de marzo, 2009).

 

«Cuando las buenas intenciones se confunden con los intereses personales, los buenos modales se ligan con los peores pensamientos, todo parece ser justificable. Las mayores mentiras y las más siniestras osadías adoptan proporciones escandalosas y, sin embargo, son consentidas con una naturalidad espectacular. Con una prosa elegante y un tono satírico, Antonio Gómez Rufo reconstruye en la novela El señor de Cheshire la vida insólita de un noble inglés a principios del siglo XX, Lord Dogson, condenado a una pena de veinte años de prisión por haber abusado de una niña. Después de nueve años de incomunicación en su celda solitaria, el preso recuerda estar en posesión de los datos de un conocido capaz de ayudarle y acude a él para pedirle un favor. Gran ironía del relato, ese favor no se refiere a la reducción de la pena o su alteración, y mucho menos de su defensa penal, sino la entrega de una muñeca de madera articulada para satisfacer sus necesidades irreprimibles de hombre. Como lo sugiere la estirpe y la educación del señor de Cheshire, el pedido realizado con una carta formal no puede ser más fino y distinguido, es incluso convincente y honorable y, por consecuente, el destinatario reacciona con la mayor diligencia, deseoso de ver al lord gozando de todos los placeres dentro de su celda. La novela podría quedarse en este estado sencillo si no fuera por la intervención de otros actores tan enrevesados e interesados, tan obscenos y perversos, que llevan la trama hasta unos límites poco imaginables. Todo es posible mientras exista una retribución inmediata o expectativas de una recompensa a medio plazo. Por muy esperpéntica que parezca la historia, por muy extremas que puedan ser ciertas situaciones, el ambiente recrea a la perfección la época victoriana inglesa, sus fingimientos, sus consentimientos, sus modales primorosos y el respeto a las clases altas. Y ese decorado es lo que, justamente, nos hace olvidar que detrás de cada expresión de educación, detrás de cada gesto de distinción, puede estar oculta una enorme obscenidad. Así es la Humanidad pintada con sarcasmo por el autor: una humanidad que, en muchas ocasiones, trata de dar una apariencia presentable a unas prácticas punibles. Al leer la novela de Gómez Rufo uno se cuestiona continuamente sobre los límites de la moralidad. ¿Qué es lo amoral? ¿Qué es lo normal? El lenguaje sirve a menudo para embellecer los actos los más inaceptables o, por lo menos, hacer que parezcan menos salvajes. Finalmente, esto puede que sea lo único que nos separe de la animalidad: el lenguaje. Con él, nos inventamos motivos para distinguirnos de las demás, para construir un entorno honorable, cuando, en realidad, reproducimos los mismos esquemas. No obstante, además de este lenguaje que sirve para embellecer, Gómez Rufo también describe otra desdeñable tendencia del ser humano a dejarse corromper. En boca de sus personajes, todo tiene un precio, hasta la más indecente de las situaciones o el símbolo más preciado de ciertas sociedades. Por un puñado de libras, ciertos personajes son capaces de cuestionar su propia sexualidad o de engañar a la pareja con quienes están a punto de casarse y eso invita el lector a reflexionar sobre la fragilidad de nuestros principios. A veces la corrupción es tan sutil que, con unas bellas palabras y alguna manipulación, terminamos pensando que es inevitable y beneficiosa. La corrupción es, en definitiva, un elemento omnipresente en la novela y, por muy inocentes que puedan parecer ciertos protagonistas, pocos son los que brillan por su fortaleza ética. Por todas estas razones, por su estilo y ritmo encantador, El señor de Cheshire representa una lectura interesante y sorpresiva, entretenida y desequilibrante.» (Johari Gautier Carmona, Revista ALMIAR-Margen Cero. Mayo, 2010)

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