Premio de Novela Ciudad Ducal de Loeches, 2006.
Ediciones Irreverentes. Madrid, 2006.
140 págs.
Sinopsis
El señor de Cheshire, sobrino de Lewis Carroll, pasa sus días en prisión, abatido. Para aliviar su soledad, solicita a un amigo que le haga construir una muñeca a tamaño natural y se la envíe a prisión. Desde ese momento, se iniciarán una serie de acontecimientos eróticos que envolverán la peripecia en una serie de situaciones disparatadas con un final imprevisible. Sobre todo para la muñeca… |
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Algunas Críticas El señor de Cheshire. “Lo he dicho más de una vez, incluso en esta página. Y como las verdades no se oxidan ni se erosionan por repetirlas lo diré de nuevo: Antonio Gómez Rufo es uno de los escritores más notables de España. Cada libro suyo es una brisa de calidad que orea y llena de júbilo el ánimo de los lectores. Es un autor que ha abordado temas diversos, siempre con sensibilidad exquisita: véase su revisión de personajes históricos como Marco Junio Bruto (La leyenda del falso traidor, 1994), su reflexión sobre el amor entre mujeres (Si tú supieras, 1997), su enérgica mirada a la postguerra civil española (El desfile de la Victoria, 1999) o ese fausto monumento narrativo que es Adiós a los hombres (2004).
«Cuando las buenas intenciones se confunden con los intereses personales, los buenos modales se ligan con los peores pensamientos, todo parece ser justificable. Las mayores mentiras y las más siniestras osadías adoptan proporciones escandalosas y, sin embargo, son consentidas con una naturalidad espectacular. Con una prosa elegante y un tono satírico, Antonio Gómez Rufo reconstruye en la novela El señor de Cheshire la vida insólita de un noble inglés a principios del siglo XX, Lord Dogson, condenado a una pena de veinte años de prisión por haber abusado de una niña. Después de nueve años de incomunicación en su celda solitaria, el preso recuerda estar en posesión de los datos de un conocido capaz de ayudarle y acude a él para pedirle un favor. Gran ironía del relato, ese favor no se refiere a la reducción de la pena o su alteración, y mucho menos de su defensa penal, sino la entrega de una muñeca de madera articulada para satisfacer sus necesidades irreprimibles de hombre. Como lo sugiere la estirpe y la educación del señor de Cheshire, el pedido realizado con una carta formal no puede ser más fino y distinguido, es incluso convincente y honorable y, por consecuente, el destinatario reacciona con la mayor diligencia, deseoso de ver al lord gozando de todos los placeres dentro de su celda. La novela podría quedarse en este estado sencillo si no fuera por la intervención de otros actores tan enrevesados e interesados, tan obscenos y perversos, que llevan la trama hasta unos límites poco imaginables. Todo es posible mientras exista una retribución inmediata o expectativas de una recompensa a medio plazo. Por muy esperpéntica que parezca la historia, por muy extremas que puedan ser ciertas situaciones, el ambiente recrea a la perfección la época victoriana inglesa, sus fingimientos, sus consentimientos, sus modales primorosos y el respeto a las clases altas. Y ese decorado es lo que, justamente, nos hace olvidar que detrás de cada expresión de educación, detrás de cada gesto de distinción, puede estar oculta una enorme obscenidad. Así es la Humanidad pintada con sarcasmo por el autor: una humanidad que, en muchas ocasiones, trata de dar una apariencia presentable a unas prácticas punibles. Al leer la novela de Gómez Rufo uno se cuestiona continuamente sobre los límites de la moralidad. ¿Qué es lo amoral? ¿Qué es lo normal? El lenguaje sirve a menudo para embellecer los actos los más inaceptables o, por lo menos, hacer que parezcan menos salvajes. Finalmente, esto puede que sea lo único que nos separe de la animalidad: el lenguaje. Con él, nos inventamos motivos para distinguirnos de las demás, para construir un entorno honorable, cuando, en realidad, reproducimos los mismos esquemas. No obstante, además de este lenguaje que sirve para embellecer, Gómez Rufo también describe otra desdeñable tendencia del ser humano a dejarse corromper. En boca de sus personajes, todo tiene un precio, hasta la más indecente de las situaciones o el símbolo más preciado de ciertas sociedades. Por un puñado de libras, ciertos personajes son capaces de cuestionar su propia sexualidad o de engañar a la pareja con quienes están a punto de casarse y eso invita el lector a reflexionar sobre la fragilidad de nuestros principios. A veces la corrupción es tan sutil que, con unas bellas palabras y alguna manipulación, terminamos pensando que es inevitable y beneficiosa. La corrupción es, en definitiva, un elemento omnipresente en la novela y, por muy inocentes que puedan parecer ciertos protagonistas, pocos son los que brillan por su fortaleza ética. Por todas estas razones, por su estilo y ritmo encantador, El señor de Cheshire representa una lectura interesante y sorpresiva, entretenida y desequilibrante.» (Johari Gautier Carmona, Revista ALMIAR-Margen Cero. Mayo, 2010) |