Madrid (2016)

Editorial: Ediciones B   
Fecha de publicación: 02/03/2016  
Páginas: 960
ISBN: 9788466655750

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Sinopsis

Esta es la gran novela de Madrid. Su historia, su épica, su vida cotidiana. Siendo de todos, Madrid nunca fue de nadie. De ahí su grandeza y su sencillez, su orgullo y su humildad, su carácter revolucionario y su dignidad. A través de tres apasionantes sagas familiares se traza el emocionante relato literario de Madrid desde una mañana de 1565 en que los jóvenes Juan Posada, Alonso Vázquez y Guzmán de Tarazona atraviesan por primera vez la antigua Puerta del Sol dispuestos a probar suerte en la Villa y Corte, hasta los atentados del Once de Marzo de 2004, cuando la tragedia golpea una vez más el corazón de una de las ciudades más hermosas del mundo.

 
 

 

*Algunas críticas

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Un relato cuya lectura rezuma amenidad, saber y pasión madrileña. (EL PAÍS. RAFAEL FRAGUAS, 26 agosto 2016).

EL PAIS:
Antonio Gómez Rufo (Madrid, 1953), curtido escritor profesional, aborda en Madrid, la novela un potente reto a conquistar. Su propósito se adivina en la conversión de la historia de la ciudad en un vigoroso vehículo para novelar la vida, costumbres y vicisitudes de sus moradores. Pero, por sobre todo, describe la honda, trepidante y contradictoria relación de sus gentes con la urbe que les alberga. Da noticia cabal de los intensos nexos con los que la razón y los afectos acostumbran trenzarse en el ánimo de cuantos en esta ciudad han habitado.
La narración, que encabalga sutilmente la realidad histórica documentada con pinceladas de ficción, pone en juego a tres familias del pueblo unidas por la amistad, pioneras en la arribada al Madrid filipino de las postrimerías del siglo XVI. Describe con amena llaneza el despliegue de los muy distintos vínculos que sus tres linajes, a través de sus descendientes, irán anudando a lo largo de cuatro centurias, hasta los luctuosos sucesos del 11 de marzo de 2004. Y lo harán por mor de sus profesiones: posaderos, actores, toreros y ediles.
Tal deslinde proporciona cuatro perspectivas a partir de las cuales el narrador, con desenvoltura, brinda a los lectores una visión panóptica sobre Madrid rica en emoción y viveza. Con sutil pluma va incrustando poco a poco gemas sobre el origen legendario de la villa; el pasado islámico —cada día más recobrado de la ignorancia o el mito—; el paulatino encarrilamiento medieval de la ciudad en la Historia, que insertará a la postre a Madrid en la Era Moderna con la pujanza capitalina de un Imperio; eso sí, un imperio que residía mucho más en los ánimos de poncios, próceres y cortesanos que en la traza urbana o en el cauto y sabio escepticismo de pueblo llano, al cual las familias protagonistas del relato pertenecen. A partir de ahí, las pulsiones experimentadas por el crecimiento de la población, también consecuentemente la del tamaño, de la ciudad, serán dos invariantes que espolearán un relato que, en su discurrir, cobrará creciente estatura hasta convertir el libro en paraje obligado para la reflexión y el saber matritenses.
Los huecos y lagunas sobre la historicidad de la ciudad que han cristalizado en formas inequívocas de desapego y descreimiento en la ciudadanía, se ven sellados paulatinamente por la información que Antonio Gómez Rufo facilita. Y hay que añadir que informa con suma prudencia, para eludir las trampas y distorsiones que acostumbran generar los saltos de eje, los anacronismos, inevitables en la carrera para llegar a comprender desde el presente los trasuntos históricos de los hechos pasados. Afronta con información los numerosos nudos conflictivos —señaladamente políticos— con los que la vida de Madrid en su discurrir fue hallando. La didáctica descriptiva se troca aquí en una suerte de terapéutica. Y ello habida cuenta de los hondos desgarrones que la conciencia madrileña ha sufrido a lo largo de la historia: Gómez Rufo los restaña y subsana despejando la incertidumbre y brindando la posibilidad de codificar amenamente un pasado henchido de hechos tan relevantes como generalmente desconocidos o descontextualizados para las gentes de a pie.
Salvo algún episodio donde un ápice de la copiosa documentación desplegada por el autor podría resultar mejorable —en el incendio del Alcázar de los Austrias de 1734 no fue la indiferencia del pueblo la que determinó su completa consunción, sino la férrea prohibición a que lo extinguiera por temor a los saqueos, según escribiera el Duque de Maura— todo el libro rezuma cabal erudición de la mejor, amenamente destilada. Sus páginas se aroman de un afecto hondo y sereno hacia la ciudad desde la objetividad histórica que el rescate de la memoria real, no edulcorada, brinda. Con Madrid, la novela, disponemos pues de un poderoso instrumento para fundamentar la autoconciencia madrileña, hasta hoy mismo sesgada por un criticismo —siempre necesario—, pero generalmente demoledor y desprovisto del fundamento objetivo y documental del que Gómez Rufo nos surte y en el que cabe basar, fundadamente, cualquier juicio valedero.

(EL PAÍS. RAFAEL FRAGUAS Madrid 4 MAY 2016)

 

ANTONIO GÓMEZ RUFO Y GALDÓS
LUIS ALGORRI. Revista TIEMPO. 18 / 04 / 2016
El último libro del madrileño recorre 400 años de historia española y solo tiene un defecto: que se acaba.
Hay libros que uno lee pero que no se los explica. Quiero decir que no es capaz de entender cómo alguien logró escribirlos. Abundan los ejemplos. Yo no consigo imaginar cómo Victor Hugo concibió Los miserables, por ejemplo; ni cómo Lev Tolstói atinó a urdir Guerra y paz y, no contento con ello, a renglón seguido se puso a edificar Anna Karénina, empresa que le llevó no más de dos años, lo cual incumple todas las leyes de la Física. O nuestro Galdós, el tremendo don Benito, canario que malvivía en Madrid y que –quiero imaginar– distraía el hambre y la mala leche construyendo él solo un edificio literario de proporciones gigantescas, los Episodios nacionales.
Marguerite Yourcenar, por ejemplo, dedicó treinta años de su vida a poner en pie las Memorias de Adriano, un libro que no es excesivamente largo pero en el que cada línea, cada palabra, está labrada y engastada en la página con una paciencia de orfebre bizantino que yo no recuerdo haber visto en nadie más. Galdós, no; Galdós escribía como una ametralladora y sin darse cuenta –o a lo mejor lo hacía a propósito– pasaba sin el menor dolor de corazón de la novela a la crónica periodística, a la sátira, al editorial de periódico, a la arenga mitinera o al panfleto, géneros todos ellos para los que tenía una habilidad endiablada y que en los Episodios mezcla constantemente: muchas veces no hay modo de saber si quien nos está hablando es Monsalud, Araceli, Calpena, Fajardo o el propio Galdós, que saca la fusta y empieza a repartir estopa contra quienes no le gustaban. Tanto vivos como muertos.
Este libro que ha escrito el gran Antonio Gómez Rufo, es de esos. Se llama Madrid, la novela y lo ha publicado B. Lo estoy acabando y aún no logro comprender cómo este hombre ha logrado no ya imaginar (que eso es difícil pero entra dentro de las capacidades humanas), sino alzar este enorme “castillo famoso”, esta catedral que dura cuatrocientos años y en el que no hay una sola piedra fuera de su sitio. Como si imaginar una catedral fuera fácil. Como si construirla no fuese muchísimo más difícil que imaginarla. Porque las catedrales góticas, que parecen hechas con alambre, se caían, claro que se caían. Y esta novela no se cae. En ninguna de las casi mil páginas.
La comparación con Galdós es inevitable. Don Benito se inventó una serie de protagonistas para las diferentes series de sus Episodios, protagonistas a los que –sobre todo al principio– les pasa lo que a Superman o a San Martín de Porres, llamado Fray Escoba: que tenían el don de estar al mismo tiempo en dos lugares muy distantes entre sí, o de viajar de un sitio a otro a la velocidad del rayo, y encima descansados y con ganas de escribir. Gómez-Rufo se deja de magias y construye tres familias enormes, pobladas y completamente verosímiles que aparecen en el siglo XVI, cuando Felipe II traslada la corte de Toledo a Madrid, y que concluyen en 2004, cuando a Inés Álvarez, que tiene 75 años, le falla el corazón al enterarse de los atentados de los trenes del 11-M: muere sola y con ella acaba una estirpe de cuatro siglos que Gómez Rufo teje hilo por hilo con una paciencia que, en la vida real, solo han tenido familias como los Osuna o los Alba, y que en la ficción literaria remiten remotamente a las sagas nórdicas o, más familiarmente, a la endiablada genealogía de Cien años de soledad, en la que Gabo se puso a repetir y repetir nombres de pila para volvernos locos a todos.
Milagros de verdad. Como es natural, la colosal urdimbre genealógica de los Tarazona, los Posada y los Vázquez no es más que el andamio que sirve a Gómez Rufo para construir la historia de Madrid. Y ahí empiezan los milagros de verdad. O Gómez Rufo es en realidad una corporación o un taller, como el de Rubens, y no lo sabíamos ninguno, o la capacidad de trabajo de este hombre deja en pañales a la de los canteros de las catedrales del Medievo, porque las novecientas páginas se le quedan cortas. Le falta sitio para contar todo lo que sabe. Lo primero que hace es explicar por qué la Puerta del Sol se llama así (no lo voy a contar ahora, como es comprensible), y de ahí hasta el 11-M va uno viajando de personaje en personaje con la naturalidad no ya de un espectador sino de un compañero, de un caminante más.
Es el lenguaje, que ni trata ni deja de parecerse al de cada época, lo cual facilita la lectura y da uniformidad al monumento entero. Es la capacidad de observación del autor a través de los ojos de cada uno de los numerosísimos protagonistas, que son todos distintos, y que logran, juntos, una visión tan coherente como contrastada de lo que va ocurriendo. Eso es lo que intentaba Galdós y pocas veces le salía, por las prisas y porque don Benito no se aguantaba las ganas de meter los zapatones en la historia que estaba contando y explicar al lector quiénes eran los buenos y quiénes los malos; eso es algo que Gómez Rufo no hace jamás.
Hay episodios inolvidables, y aquí ya intervienen los amores personales de cada cual. Yo no he visto jamás (y digo visto porque el autor me metió allí de cuerpo entero) el motín de Esquilachecomo lo cuenta este hombre. No es más que un ejemplo. Como hacía Carpentier en El siglo de las luces, hace que sus protagonistas vean la historia a pie de calle; es decir, que no la ven, que desconocen sus proporciones, pero el lector sí sabe todo eso y se maravilla de lo fino que labra el escritor en cada detalle, en cada palabra, en cada perspectiva. Las abdicaciones de Bayona. El pobre rey José Bonaparte, a quien nadie quería. La asombrosa explicación de qué quiere decir el epíteto gilipollas, que resulta que es más madrileño que la Puerta de Alcalá. El día en que Fernando Argote se subió por primera vez al tren de Aranjuez, muerto de miedo porque estaba convencido de que el cuerpo humano no podría soportar tan endiablada velocidad…
Antonio Gómez-Rufo y Galdós le ha atizado al abuelo don Benito una colleja de las de ir a urgencias. Este libro tiene, que yo haya visto, solo un defecto, pero imperdonable:
Que se acaba.  

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